Entré en la estación Los Símbolos del metro a la 1:05 p.m
después de la terapia. Llegué a Plaza Venezuela. Anunciaban por parlante que a
causa de un arrollamiento en Miranda había fuerte retraso. Después anunciaban
que debido a una falla de energía de tracción había fuerte retraso. Como me es
tan difícil caminar a causa de la bursitis de cadera, me quedé a esperar pero a
las 2:30 p.m. no soporté más y salí a intentar algo con los autobuses. Solo
tenía efectivo para un pasaje y llegó uno que llegaba hasta Chacaíto, se llenó
de inmediato pero no me servía porque yo iba hasta Altamira. Llegó uno de
Altamira e hizo señas de que se iba a parar en la parada, instintivamente me
alejé de la parada pero se paró casi donde estaba yo y no tuve ni un segundo
para evitar que la gente me empujara y golpeara. Hasta que llegué a la pared
agarrada de mi cartera. Golpeada y aturdida, con un calor insoportable pensaba
en mis opciones y vi un señor con un paquete de café. Le pregunté lugar y
precio de su adquisición. Me impresiona que eso no me dé ya nada de vergüenza y
al interlocutor nada de molestia. Me dijo cómo llegar y agregó que quedaba bastante, así que me fui para allá. Era en el Boulevar de Sabana Grande. He recorrido ese
boulevar muchas veces, en su mayoría felices pero ayer era otra cosa, la gente
caminaba desanimada o molesta a causa de la ausencia de metro. Compré el café y
seguí mi camino. Al salir, se me ocurrió guardar bien el café en la cartera
para que no me lo robaran. Entonces vino un viejo, más bajito que yo: -Mi reina
bella ¿Me regalas un bolivita? A lo que respondí: Mire, señor, si yo tuviera
plata, no estaría caminando. Y él: Bueno, si no me das plata… (con gesto de que
iba a sacar algo de su bolsita). Y yo: ¿Qué??? Y Él: me voy corriendo (y en
efecto lo hizo). Estaba molesta pero también asustada. Sabana Grande ya no es
agradable. Se ven muchos malandros e indigentes. Y uno ya no se conduele si no
que se asusta. Seguí caminando agarrando la cartera como aprendí hace ya tanto
tiempo. Caminar me causa dolor así que decidí volver a intentar algo con el
metro, no sin antes meterme en una panadería. Allí hubo un bajón de luz, menos
mal que fue después de pasar mi tarjeta porque el punto de venta, después de
eso, no quiso servir. Metí el pan en la cartera otra vez por miedo al robo, un
pan pasa ya del millón. Es increíble. Igual me imaginaba que mi nena se
alegraba al verlo. Gracias
a Dios, ella estaba con mi querido E., su papá. El metro ya funcionaba, me sirvió pero llegué a las 4 p.m.
cuando la actividad ya había terminado. De todos modos mi nena se alegró de
verme y de ver el pan. Descansé un poco y volvimos al metro. Esta vez era la
línea 3 la que no quería servir. Esperamos mucho, con mucho calor y mucha
gente. Salimos en Plaza Venezuela pero no teníamos pasaje (a esa hora cobran el
doble) así que tuvimos que pagar un taxi por transferencia. Salió caro pero no
podíamos más. En el taxi reviso el celular y veo un mensaje con foto:
Ya eran las 7 p.m. así que había que llegar y buscar la caja
inmediatamente y luego aprovechar las dos horas de agua, que ya es un regalo
porque todos los días es solo una hora. Nada de descanso, Caracas no deja.