Y es aquí donde publicaré lo que se me ocurra escribir...

viernes, 17 de agosto de 2018

Una tarde en Caracas

Entré en la estación Los Símbolos del metro a la 1:05 p.m después de la terapia. Llegué a Plaza Venezuela. Anunciaban por parlante que a causa de un arrollamiento en Miranda había fuerte retraso. Después anunciaban que debido a una falla de energía de tracción había fuerte retraso. Como me es tan difícil caminar a causa de la bursitis de cadera, me quedé a esperar pero a las 2:30 p.m. no soporté más y salí a intentar algo con los autobuses. Solo tenía efectivo para un pasaje y llegó uno que llegaba hasta Chacaíto, se llenó de inmediato pero no me servía porque yo iba hasta Altamira. Llegó uno de Altamira e hizo señas de que se iba a parar en la parada, instintivamente me alejé de la parada pero se paró casi donde estaba yo y no tuve ni un segundo para evitar que la gente me empujara y golpeara. Hasta que llegué a la pared agarrada de mi cartera. Golpeada y aturdida, con un calor insoportable pensaba en mis opciones y vi un señor con un paquete de café. Le pregunté lugar y precio de su adquisición. Me impresiona que eso no me dé ya nada de vergüenza y al interlocutor nada de molestia. Me dijo cómo llegar y agregó que quedaba bastante, así que me fui para allá. Era en el Boulevar de Sabana Grande. He recorrido ese boulevar muchas veces, en su mayoría felices pero ayer era otra cosa, la gente caminaba desanimada o molesta a causa de la ausencia de metro. Compré el café y seguí mi camino. Al salir, se me ocurrió guardar bien el café en la cartera para que no me lo robaran. Entonces vino un viejo, más bajito que yo: -Mi reina bella ¿Me regalas un bolivita? A lo que respondí: Mire, señor, si yo tuviera plata, no estaría caminando. Y él: Bueno, si no me das plata… (con gesto de que iba a sacar algo de su bolsita). Y yo: ¿Qué??? Y Él: me voy corriendo (y en efecto lo hizo). Estaba molesta pero también asustada. Sabana Grande ya no es agradable. Se ven muchos malandros e indigentes. Y uno ya no se conduele si no que se asusta. Seguí caminando agarrando la cartera como aprendí hace ya tanto tiempo. Caminar me causa dolor así que decidí volver a intentar algo con el metro, no sin antes meterme en una panadería. Allí hubo un bajón de luz, menos mal que fue después de pasar mi tarjeta porque el punto de venta, después de eso, no quiso servir. Metí el pan en la cartera otra vez por miedo al robo, un pan pasa ya del millón. Es increíble. Igual me imaginaba que mi nena se alegraba al verlo. Gracias a Dios, ella estaba con mi querido E., su papá. El metro ya funcionaba, me sirvió pero llegué a las 4 p.m. cuando la actividad ya había terminado. De todos modos mi nena se alegró de verme y de ver el pan. Descansé un poco y volvimos al metro. Esta vez era la línea 3 la que no quería servir. Esperamos mucho, con mucho calor y mucha gente. Salimos en Plaza Venezuela pero no teníamos pasaje (a esa hora cobran el doble) así que tuvimos que pagar un taxi por transferencia. Salió caro pero no podíamos más. En el taxi reviso el celular y veo un mensaje con foto:



Ya eran las 7 p.m. así que había que llegar y buscar la caja inmediatamente y luego aprovechar las dos horas de agua, que ya es un regalo porque todos los días es solo una hora. Nada de descanso, Caracas no deja.