Y es aquí donde publicaré lo que se me ocurra escribir...

sábado, 15 de mayo de 2021

Parece mentira

Parece mentira que se haya cumplido un mes desde que nos avisaron que mi tío padrino murió en el hospital. Para mí y creo que para él también era casi imposible que se muriera por cóvid. Mi tío Marconi era de buen comer, de tener mucha energía, de trabajar duro y jugar fútbol los sábados. Recuerdo que el año pasado me dijo que él no se contagiaba, que él trabajaba y se cuidaba con la mascarilla y no se contagiaba. Se sentía y se veía muy fuerte pero Dios tenía previsto algo mejor para él.




Desde que se enfermó, a finales de marzo, hemos orado mucho por él. Y desde que murió suelo escuchar de la nada su voz que retumbaba, la voz que siendo niña me llegaba a molestar con un “Vamos pueblo” que significaba que su visita a mi casa había terminado, que es esa misma voz que algunos temían, pero yo no. Mi tío fue muy generoso conmigo desde antes de mi nacimiento hasta muy pocos días antes de morir. Era un hombre de cálculos y de números, no de abrazos ni de poesías. Era un hombre práctico y siempre parecía estar muy apurado. También en morir se apuró.





Me consuela pensar que llegué a decirle que lo quería mucho, aunque se mostrara esquivo. Sé que me escuchó. Me da mucha tristeza pensar que no lo llegué a engreír de viejito. Dios sabe por qué. Me cuesta mucho acostumbrarme a la idea de que no llegará en cualquier momento y a cualquier hora a la casa a traer algo o a encargarme una traducción certificada. También me cuesta mucho acostumbrarme a la idea de que iré a su casa, pero no escucharé más el estruendo de su voz.





Tengo tanto que agradecerle que enumerarlo sería injusto. Mi tío sentía que siempre estaba como en deuda conmigo por ser mi padrino. No solo me hizo muchos regalos y me llevó de paseo con su familia muchísimas veces en mi infancia, sino que de adulta también fue generoso conmigo y mi familia. Son muchos recuerdos, la mayoría muy bonitos y graciosos. Los Pacheco hemos perdido parte de nuestra esencia en mi tío. Ahora tenemos que acostumbrarnos a vivir con los más bonitos recuerdos y aprovechar de crear nuevos entre los que vamos quedando.



viernes, 27 de noviembre de 2020

Salvarse la vida en cuarentena


Yo también inicié la cuarentena con la inocencia del que no sabe nada. Y eso que me creía experta. Creía que por haber pasado temporadas en casa o por trabajar desde casa, no me iba a afectar. Creía que 15 días se pasarían rapidísimo, que me servirían para mucho. Nada de eso fue así. A las dos semanas ya estaba más aturdida de lo aturdida que suelo estar. Sí, es verdad, yo no salía de la casa pero los demás sí. Y en cuarentena nadie sale.

La cuarentena reavivó mis ganas de Twitter. Nunca he cuantificado el mucho tiempo que paso en esa red social, pero contando con lo demandante que es esta casa, no puede ser mucho. Sin embargo, fue el tiempo suficiente como para que cuando Marianne (como perenne) ofreciera ahí GRATUITO su taller Escribir Latinoamérica, yo lo viera y estuviera entre los primeros que respondieron interesados. Obviamente creí que no iba a “quedar”, que seguro que llegué tarde, que seguro que no califico, bla, bla, bla. Entonces, Marianne me escribió y era cierto. (Y pegué los brinquitos respectivos)


Yo solo conocía a Marianne de Twitter. Y conocía más su faceta de defensora de Derechos Humanos que de escritora. Que buena sorpresa me llevé al conocerla como escritora y como venezolana en el exilio. Antes de empezar el taller tenía ciertos prejuicios (quien no tenga prejuicios que lance la primera piedra) sobre las sesiones, sobre mi desempeño y sobre los posibles participantes.


Creía que las sesiones podían ser muy cortas o rápidas y que yo me quedara en el aire y sobre mi desempeño creía que esta casa no me iba a permitir asistir ni cumplir con las asignaciones. Además creía que entre los participantes podía haber muchos chilenos y muchos pedantes escritores o escritores wannabe. No tengo nada en contra de los chilenos, a muchos los amo. Es solo que temía que la comunicación no fuera muy fluida. Eso me pareció un reto. 


Nada de esto fue así, Marianne hablaba venezolano y casi todos los participantes no solo hablaban venezolano sino que habíamos vivido cerca en Caracas más o menos en la misma época. Solo había un chileno, inteligentísimo sin ser creído, y tuvo que soportar todo ese caudal de venezolanidad. El taller era un espacio para hablar como uno y eso en el exterior se valora muchísimo. 


"Vuelen, cuervos míos"

Ese espacio de cada lunes se convirtió pronto en lo más bello de la semana. Lo bauticé como #LunesDeSerFeliz porque siempre salía sonriendo en las capturas de pantalla de nuestra sesiones. Marianne es muy talentosa y muy cercana. Sus sesiones no fueron cortas ni complicadas fueron enriquecedoras. Todos los textos me gustaron mucho excepto los peruanos (sí, que loco, ya sé). Y a los textos que escribí durante el taller les agarré mucho cariño porque al parecer gustaron.


En el taller reímos y lloramos juntos. Nos reímos de los textos y de nosotros mismos. Marianne nos mandó a callar mucho mucho (perdón, maestra). Aún así lo más especial de su taller es que me permitió conocer y quedar en contacto con gente MARAVILLOSA que además de ser pana, es gente que escribe y escribe muy bien, muy real, muy latinoamericano; gente que sonríe a pesar de todo, de todo lo que hemos vivido en dictadura, en exilio y en pandemia.


Yo quería que los #LunesDeSerFeliz duraran más pero como dicen por ahí “De lo bueno, poco”. Sí, ya sé que de abril a noviembre es un taller larguísimo pero es que era tan bueno que yo quería más. Sé que este guayabo va a ser largo pero nadie me quita lo bailao ni lo escrito ni lo que me queda por escribir y corregir. 


Ciertamente en esta pandemia no aprendí recetas de cocina ni hice pan ni mucho menos rutinas de ejercicios pero sí me salvé la vida leyendo y hablando de Literatura (con mayúscula intencional). Me salvé, una vez más, escribiendo.

 


lunes, 20 de enero de 2020

Mentir por costumbre

La gente que miente, a mi juicio, profesa un profundo desprecio por aquel a quien le miente. No es sólo que no le importan las consecuencias lógicas de aquello que describieron con falsedad sino que no le importa la persona a la que le miente.

En la superficie, tiene miedo de la reacción del otro frente a la verdad: no quiere que le reclamen, no quiere que le rechacen, no quiere que el otro sufra. En realidad, esas actitudes no suponen la protección del otro sino una protección momentánea de su propia imagen. Es aquí donde viene lo crucial: esa protección es momentánea y arriesgada, porque las mentiras siempre se descubren.

Primero, pasa que a muchas mentiras se les notan las costuras y con los años y el conocimiento de la persona se detectan más fácilmente. Muchas personas detectan las mentiras y no se toman el trabajo de hacértelo saber. Segundo, pasa que otras situaciones o personas circundantes dejan al descubierto la mentira.


Tener cara no es algo común.

En ambos casos la decepción de a quien se ha mentido varía en función de la importancia que le  da a quien miente y en las consecuencias que ha traído tal mentira. Luego de la decepción y a veces de varias decepciones se pierde la confianza. Y nuestra sociedad está basada en acuerdos tácitos de confianza. Casi todas las acciones de nuestro día implican la confianza en principio en nuestro círculo más cercano pero también en todos los actores frecuentes o esporádicos de nuestra vida.

Es por ello que algo se rompe dentro de nosotros cuando vamos perdiendo confianza. Desde ese conductor que te dijo que te iba a avisar en el paradero y no lo hizo o que dijo que tomaba una ruta y no la cumplió hasta ese ser querido que te miente sobre temas delicados, todos, producen un sentimiento de incertidumbre.

No nos engañemos (que mentirnos también se nos da muy bien), todos hemos mentido, todos mentimos y seguramente todos lo haremos muchas veces más. Quizás se nos está pasando la mano de tanto mentir. ¿Vale realmente la pena mentir aunque causes dolor cuando llegue la verdad? ¿Es lo mismo un "llego en 10 minutos" falso que ocultar una bancarrota o un embarazo a tu familia?

Habría que pensarlo bien siempre antes de mentir o de ocultar verdades, sopesar consecuencias. Muchas veces un "no sé", por antipático que suene, es mejor a una fantasía que busque satisfacer una suerte de situación ideal. Ir armando una vida o una cara de una realidad que no es la personal es un riesgo que crece a medida que crecen las mentiras. Se pierde la confianza del entorno y luego el golpe de realidad siempre será más doloroso que haber afrontado la realidad desde el principio. Siempre.

martes, 4 de junio de 2019

Un año

Hace un año pasé una de las experiencias más difíciles como profesora y como madre. Era el día de un examen muy importante y no pude caminar. No pude llegar, simplemente las piernas no me respondieron más. Me llevaron a emergencias y pasé un día ahí y salí sin diagnóstico. Uno de los doctores apuntó hacia una enfermedad autoinmune. Nadie creyó.

Días antes había tenido dolores de las piernas, de la cintura, de todo el cuerpo, que un médico general tomó a la ligera, creyó que era anemia (y no era). Había pasado semanas muy duras de escasez de transporte, de comida y de agua en Caracas. Caminaba mucho y con peso. Yo pensaba que solo estaba cansada. Mi jefa y compañeros creían que era estrés, ansiedad.

Pasamos por descartar trombosis, cálculos renales y biliares, mioscitis y nada. Ese día 4 de junio, el día en que las piernas no me respondieron más y estaba exhausta de tener unos 5 días con dolores agudos, un internista que me vio dijo “autoinmune” por una serie de debilidades que observaba. Había dormido poco y mal. Mi internista de varios años lo desestimó y me envió a rayos X y al traumatólogo. 

Los primeros días apenas podía mantenerme en pie y no me desplazaba. Pasé un mes sin poder caminar sin ayuda. Necesitaba ayuda hasta para vestirme. Mi nena tenía 4 años. Aún necesitaba mucho de mamá. Por suerte, tenía mucho papá, un gran papá. Durante de ese mes mi mamá, mi sobrino y E. trataron de hacer todo para suplir mi ausencia y fueron excelentes en eso. Vivir en Caracas exigía una logística tremenda. Además, y gracias a Dios, recibí el apoyo económico de familiares y amigos para sobrevivir esos días. También me quedé sin trabajo por haber faltado al examen. 

El traumatólogo me ayudó con el dolor a punta de buenos analgésicos pero no dimos con la causa. Traté de verme con mi traumatólogo de la adolescencia y simplemente no había transporte hasta donde trabajaba. Traté de verme en el Ortopédico Infantil y ahí me pidieron una cantidad de exámenes que representaba más de nueve veces el dinero que percibía mensualmente. Ni siquiera en dólares podía pagarlo.

Así la carencia nos hizo venir hasta Lima. Aquí tampoco he podido costear todos mis estudios médicos. Seguimos sin diagnóstico claro. Los médicos de aquí siguen apostando por alguna autoinmune. Muy a pesar de todo eso, en Lima sin problemas graves de transporte, sin largas colas y con familiares amorosos (especialmente ¡Mi hermanita!) el dolor es mucho más sobrellevable. Ah, además creo que al haber mejorado la alimentación me siento mejor. 

Miss Bere, mi hermanita.

Tal día como hoy hace un año me quedé sin mi trabajo más querido: ser profesora de la UCV. Fueron 10 años hermosos. Perdí eso y perdí también la certeza de ser la supermamá de mi nena. Ese fue el golpe más duro. Rendirme. Rendirme al hecho de que no podía seguir manteniendo a mi nena en una burbuja que el Venezueling diario apenas rozara. Estuve muchos días presente pero ausente por el dolor y verla seguir cada día me hacía pensar dos cosas: tenía que poder volver a caminar para disfrutarla más y tenía que enseñarle que puede vivir sin mí. Creo ahora que, por cruel que suene, los padres no tenemos otra misión que enseñar a nuestros hijos a vivir sin necesitarnos.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Pátrea... Pátrea quereda...



A mi mamá se le ocurrió que debía inscribirse en la página Patria .org (medio chavista para dar bonos). Ella creía que como pronto se muda para otro estado podía ser útil que el gobierno no le ponga trabas. 

El caso es que primero pusimos que ella tenía a mi hermana y sobrina en su núcleo familiar. La página arrojó que estaban en otro núcleo. Ni idea. Metimos a mi hermano. Igual, que está en otro núcleo. Imposible también. Mis hermanos emigraron hace más de 2 años, antes de la creación del insólito carnet y la página. Yo no he querido inscribirme en ninguna por convicción. Entonces, metimos mis datos como carga de mi mamá ¡Y sorpresa! Sara Cesilia(sic) está registrada como jefa de familia.

¿QUÉ? 



Supuse que el Clap del edificio me había registrado (inocente yo, creía que con mis datos). Intenté registrarme y me dice que ya he sido registrada. Intenté con la opción Recuperar contraseña y metí mi número de teléfono y me dice que es incorrecto. Probé con otros números de la familia y es lo mismo.
Y es así como hay un chavista ladrón con mis datos cobrando quien sabe cuántos bonos ya; y yo, ni enterada, engrosando la generación de dinero inorgánico sin recibir nada.
Ya veremos que me responden los del Clap del edificio... Seguro dicen que me estaban haciendo un favor.

viernes, 17 de agosto de 2018

Una tarde en Caracas

Entré en la estación Los Símbolos del metro a la 1:05 p.m después de la terapia. Llegué a Plaza Venezuela. Anunciaban por parlante que a causa de un arrollamiento en Miranda había fuerte retraso. Después anunciaban que debido a una falla de energía de tracción había fuerte retraso. Como me es tan difícil caminar a causa de la bursitis de cadera, me quedé a esperar pero a las 2:30 p.m. no soporté más y salí a intentar algo con los autobuses. Solo tenía efectivo para un pasaje y llegó uno que llegaba hasta Chacaíto, se llenó de inmediato pero no me servía porque yo iba hasta Altamira. Llegó uno de Altamira e hizo señas de que se iba a parar en la parada, instintivamente me alejé de la parada pero se paró casi donde estaba yo y no tuve ni un segundo para evitar que la gente me empujara y golpeara. Hasta que llegué a la pared agarrada de mi cartera. Golpeada y aturdida, con un calor insoportable pensaba en mis opciones y vi un señor con un paquete de café. Le pregunté lugar y precio de su adquisición. Me impresiona que eso no me dé ya nada de vergüenza y al interlocutor nada de molestia. Me dijo cómo llegar y agregó que quedaba bastante, así que me fui para allá. Era en el Boulevar de Sabana Grande. He recorrido ese boulevar muchas veces, en su mayoría felices pero ayer era otra cosa, la gente caminaba desanimada o molesta a causa de la ausencia de metro. Compré el café y seguí mi camino. Al salir, se me ocurrió guardar bien el café en la cartera para que no me lo robaran. Entonces vino un viejo, más bajito que yo: -Mi reina bella ¿Me regalas un bolivita? A lo que respondí: Mire, señor, si yo tuviera plata, no estaría caminando. Y él: Bueno, si no me das plata… (con gesto de que iba a sacar algo de su bolsita). Y yo: ¿Qué??? Y Él: me voy corriendo (y en efecto lo hizo). Estaba molesta pero también asustada. Sabana Grande ya no es agradable. Se ven muchos malandros e indigentes. Y uno ya no se conduele si no que se asusta. Seguí caminando agarrando la cartera como aprendí hace ya tanto tiempo. Caminar me causa dolor así que decidí volver a intentar algo con el metro, no sin antes meterme en una panadería. Allí hubo un bajón de luz, menos mal que fue después de pasar mi tarjeta porque el punto de venta, después de eso, no quiso servir. Metí el pan en la cartera otra vez por miedo al robo, un pan pasa ya del millón. Es increíble. Igual me imaginaba que mi nena se alegraba al verlo. Gracias a Dios, ella estaba con mi querido E., su papá. El metro ya funcionaba, me sirvió pero llegué a las 4 p.m. cuando la actividad ya había terminado. De todos modos mi nena se alegró de verme y de ver el pan. Descansé un poco y volvimos al metro. Esta vez era la línea 3 la que no quería servir. Esperamos mucho, con mucho calor y mucha gente. Salimos en Plaza Venezuela pero no teníamos pasaje (a esa hora cobran el doble) así que tuvimos que pagar un taxi por transferencia. Salió caro pero no podíamos más. En el taxi reviso el celular y veo un mensaje con foto:



Ya eran las 7 p.m. así que había que llegar y buscar la caja inmediatamente y luego aprovechar las dos horas de agua, que ya es un regalo porque todos los días es solo una hora. Nada de descanso, Caracas no deja.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Victoria de lunes

Mi nena es una bendición de Dios. Nos ha traído muchas alegrías y nada de desvelos. En serio, casi nunca se enferma (Gracias a Dios) y cuando se enferma come aunque sea un poquito y duerme un montón. 


Ya desde la semana pasada el día de hoy se presentaba como un reto: sería el primer día que mi mamá no le haría la lonchera a mi nena para ir al preescolar. Hice una cola grandota el domingo para tener pan porque esa magia que hace mi mamá de presentar arepas aunque no tengamos harina o tengamos muy poca no la sé hacer yo y menos a las 5 de la mañana. 

A pesar de la preparación, desde la ayer en la tarde, mi nena tenía fiebre y dolor de garganta. Uno se traumatiza pensando en que no hay antibióticos pero se traumatiza más pensando en ¡la difteria! que tiene un repunte insólito en Venezuela. 


De modo que hoy, no había que ir a la escuela, hoy había que ir al médico. Tener un servicio médico para los profes de la UCV es una ventaja valiosísima en estos días. El doctor la evaluó y dio con una infección de ambos oídos y nos dijo que es una niña fuerte porque aguanta ese dolor tan fuerte. Además tiene faringitis. Le recetó antibiótico de una. Él con el miedo de que no lo encontráramos nos recetó dos por si acaso. Le dije que caminaría lo que fuera. 


Y vaya que cumplí. E. se la llevó a casa, ellos tienen una relación muy especial en la que ella siente mucha seguridad cuando está con él. En Los Símbolos empezó la búsqueda. Antes de empezar tomé un ticket en el banco. En la mañana había gastado hasta el último bolívar en efectivo en un taxi. Hice cola para preguntar en cada una de las cuatro farmacias de esa zona y en ninguna había ningún tipo de antibiótico. 


"El grito" - E. Munch 

Volví al banco y me di cuenta de que habían pasado DOS HORAS y aun tenía 20 números por delante. Salí a pensar porque el banco estaba atiborrado de pensionados. Afuera una señora estaba entre brava y atónita porque solo había billetes de 100 mil bolívares en el banco y ella no tenía tanto en su cuenta. No te daban menos y no funcionaba el cajero, así como no funcionaban los cajeros de los otros tres bancos de esa cuadra. Ni la señora ni yo teníamos para el pasaje. Los cajeros dan 10 mil a los clientes y 5 mil a los no clientes. En eso un señor nos dijo que en el banco que queda en la calle de enfrente a dos cuadras estaba funcionando un cajero. Nos fuimos para allá. Hicimos una hora de cola y pudimos sacar para el pasaje. 

Estando en el banco me llamó mi amiga Isabel y le comenté mi odisea y me dijo que buscaría por internet. En Venezuela, tú puedes tener mucho saldo pero eso no garantiza que tengas los megas para poder consultar si hay un medicamento en una farmacia. Simplemente no carga la página desde el celular. Isa averiguó que había el antibiótico en El Marqués y como mi amiga Marcela vive por allá (eso para mí es como un viaje a Maracaibo), le pedí el favor de que averiguara y que intentara que le vendieran. Y como Marcela es un ángel, tan bella, llegó y no sé cómo logró que le vendieran uno sin récipe y más bella aún me lo alcanzó a Chacao, donde yo estaba haciendo una cola por un par de pollos que dejaron un pozo de agua en la parada de tanto que esperé el autobús de regreso. 

¡Y llegamos! Todos bien, los pollos y yo y las medicinas llegamos completos. Es impresionante la mejoría que se nota en mi nena luego de apenas una hora y media después de que llegué. Salí de mi casa a las 10:30 a.m. regresé a las 5 p.m. Me siento súper súper dichosa y exitosa. ¡Tenemos el antibiótico!!! Aunque nos haya costado la mitad de un sueldo mínimo mensual.