Desde que nació mi bebé le tengo
más miedo a Caracas. Le tengo miedo a salir sola con la bebé, lo evito lo más
que puedo. Lo que más hago es ir de la casa al punto de encuentro con alguien
más. Ya ella tiene dos años y camina bastante pero me da miedo. Me da miedo que
algo me pase, que algo le pase a ella o que algo nos pase a las dos. Y eso fue
lo que pasó el día que más valiente me sentí. El día en que he vivido la dosis
más grande de Venezuela del siglo XXI que haya vivido antes.
Todo empezó el jueves en la noche
cuando vi en Twitter que llegó Stalevo a algunas farmacias de Locatel. Como ya
ustedes saben, E. y su familia buscamos Stalevo como locos porque es una
medicina que toma su mamá dos veces al día y que no puede dejar de tomarla. Ese
día pedí a mis amigos de Facebook que nos compraran cuanto pudieran. Gracias a
Dios, varios amigos y familiares atendieron al llamado y nos compraron. El viernes en la mañana E. salió temprano a
buscar Stalevo. Dio varias vueltas, yo seguía desde la casa por el celular todo
lo que nuestra familia y amigos hacía. Vi que había Stalevo en la Av. Victoria
y decidí que había que llegar cuánto antes y me fui sola con la bebé. Claro, le
dije a E que me esperara allá y así fue. Lo malo empezó cuando en la esquina de
la casa vi cómo un hombre le vendía a otro un arma mostrándosela y diciéndole
que estaba buena y que solo había echao
dos tiros. Cargué a mi bebé y me fui rápido a la parada. Decidí tomar dos
autobuses en vez de uno porque según yo en el Bus Caracas no roban o roban
menos.
En el Locatel me dijeron que no había. No sé si era cierto o no. A E. tampoco le vendieron. Qué mal. Mi nena puso cara triste cuando le dijimos que no había el remedio de su abuela. Nos comimos algo allí porque ella tenía hambre. E. tenía que ir a trabajar. Pensé que lo mejor era regresar con mi hermano que debía estar en la uni. Lo llamé y me dijo que había ido por un fuerte dolor a SaludChacao. Eso me descolocó y me guardé el celular en el bolsillo. Decidí irme sola aunque ni E. ni yo queríamos.
Me subí en la camioneta con cartera, bolso y niñita en la Av. Nueva Granada. Solo a mí se me ocurre. Un viernes de quincena… con el celular en el bolsillo. Me senté. Y lo siguiente fue un cuchillo muy cerca de mi cachete y un viejo en evidente complicidad con otro que me dijo “Dame el celular blanco que te metiste en ese bolsillo”. No se pueden imaginar todo lo que siente uno o lo que piensa uno pero, sin pausa, le dije: ¡No! Lo miré y le dije: ¡No! Y cargué a mi bebé y me fui para atrás en la camioneta. Me iba a lanzar, no sé, y un muchacho me dijo que no me iba a dejar robar y la gente, en su mayoría mujeres, empezaron a gritar y empujar a los dos hombres y los lanzaron de la camioneta en movimiento. Le gritaron a los policías: ¡Un choro! ¡Un choro! ¡Un choro! ¡Iba a robar la camioneta! Y ellos respondieron con la mano que no e hicieron gestos de qué me importa. La gente del autobús siguió alborotada. Una señora dijo ¡Después los matan y dicen ay, pobrecito el policía!! ¡No joda! (Y unas cuantas maldiciones). Me preguntaban una y otra vez si me había quitado el teléfono o algo y yo decía que no. Y la bebé lloraba y decía ¡Mucho ruido! ¡Mucho ruido! Temblé hasta que me bajé de la camioneta. En la esquina quise abrazar al vendedor de cidís, que es bachaquero también (vende productos regulados a sobreprecio). Quise abrazarlo no porque le tuviera cariño sino porque era una cara conocida. Caminé.
En la panadería la bebé quiso pan
y gracias a Dios había, porque ahora hay pan solo dos veces al día. El pan
subió un 50 por ciento sin más ni más. Lo compré porque me alcanzaba con lo que
E. me acaba de dar. En la entrada del edificio fue que me atreví a sacar mi
celular blanco, que me trajeron de Perú y que con tanto esfuerzo pagué. Ese que
yo sé que ahora no me puedo comprar. Le avisé a E., a mi hermano, a mis amigos.
Ya en ese momento tenía rabia y nervios. Casi abrazo a la conserje cuando la
vi. Le conté y me dijo que ella evita siempre esa avenida por eso. Me quedé con
ella en la entrada del edificio esperando a mi mamá porque tenía miedo de estar
sola en el apartamento. Y de paso mi mamá venía de la misma avenida. Llegó una
vecina, preguntó por el agua, que nos racionan a 3 horas diarias desde agosto pero
que no vemos desde hacía dos días. La conserje respondió: a según, la mandan el
domingo. A lo que la vecina respondió: o sea, pal lunes… Esto implica salir a
comer el fin de semana. ¿Con qué dinero si a los profesores universitarios no
nos han pagado el sueldo? ¿por qué salir si tengo miedo? No en vano es Caracas
la ciudad más peligrosa de América y creo que del mundo (E. dice que de la
galaxia).