Y es aquí donde publicaré lo que se me ocurra escribir...

viernes, 27 de noviembre de 2020

Salvarse la vida en cuarentena


Yo también inicié la cuarentena con la inocencia del que no sabe nada. Y eso que me creía experta. Creía que por haber pasado temporadas en casa o por trabajar desde casa, no me iba a afectar. Creía que 15 días se pasarían rapidísimo, que me servirían para mucho. Nada de eso fue así. A las dos semanas ya estaba más aturdida de lo aturdida que suelo estar. Sí, es verdad, yo no salía de la casa pero los demás sí. Y en cuarentena nadie sale.

La cuarentena reavivó mis ganas de Twitter. Nunca he cuantificado el mucho tiempo que paso en esa red social, pero contando con lo demandante que es esta casa, no puede ser mucho. Sin embargo, fue el tiempo suficiente como para que cuando Marianne (como perenne) ofreciera ahí GRATUITO su taller Escribir Latinoamérica, yo lo viera y estuviera entre los primeros que respondieron interesados. Obviamente creí que no iba a “quedar”, que seguro que llegué tarde, que seguro que no califico, bla, bla, bla. Entonces, Marianne me escribió y era cierto. (Y pegué los brinquitos respectivos)


Yo solo conocía a Marianne de Twitter. Y conocía más su faceta de defensora de Derechos Humanos que de escritora. Que buena sorpresa me llevé al conocerla como escritora y como venezolana en el exilio. Antes de empezar el taller tenía ciertos prejuicios (quien no tenga prejuicios que lance la primera piedra) sobre las sesiones, sobre mi desempeño y sobre los posibles participantes.


Creía que las sesiones podían ser muy cortas o rápidas y que yo me quedara en el aire y sobre mi desempeño creía que esta casa no me iba a permitir asistir ni cumplir con las asignaciones. Además creía que entre los participantes podía haber muchos chilenos y muchos pedantes escritores o escritores wannabe. No tengo nada en contra de los chilenos, a muchos los amo. Es solo que temía que la comunicación no fuera muy fluida. Eso me pareció un reto. 


Nada de esto fue así, Marianne hablaba venezolano y casi todos los participantes no solo hablaban venezolano sino que habíamos vivido cerca en Caracas más o menos en la misma época. Solo había un chileno, inteligentísimo sin ser creído, y tuvo que soportar todo ese caudal de venezolanidad. El taller era un espacio para hablar como uno y eso en el exterior se valora muchísimo. 


"Vuelen, cuervos míos"

Ese espacio de cada lunes se convirtió pronto en lo más bello de la semana. Lo bauticé como #LunesDeSerFeliz porque siempre salía sonriendo en las capturas de pantalla de nuestra sesiones. Marianne es muy talentosa y muy cercana. Sus sesiones no fueron cortas ni complicadas fueron enriquecedoras. Todos los textos me gustaron mucho excepto los peruanos (sí, que loco, ya sé). Y a los textos que escribí durante el taller les agarré mucho cariño porque al parecer gustaron.


En el taller reímos y lloramos juntos. Nos reímos de los textos y de nosotros mismos. Marianne nos mandó a callar mucho mucho (perdón, maestra). Aún así lo más especial de su taller es que me permitió conocer y quedar en contacto con gente MARAVILLOSA que además de ser pana, es gente que escribe y escribe muy bien, muy real, muy latinoamericano; gente que sonríe a pesar de todo, de todo lo que hemos vivido en dictadura, en exilio y en pandemia.


Yo quería que los #LunesDeSerFeliz duraran más pero como dicen por ahí “De lo bueno, poco”. Sí, ya sé que de abril a noviembre es un taller larguísimo pero es que era tan bueno que yo quería más. Sé que este guayabo va a ser largo pero nadie me quita lo bailao ni lo escrito ni lo que me queda por escribir y corregir. 


Ciertamente en esta pandemia no aprendí recetas de cocina ni hice pan ni mucho menos rutinas de ejercicios pero sí me salvé la vida leyendo y hablando de Literatura (con mayúscula intencional). Me salvé, una vez más, escribiendo.

 


lunes, 20 de enero de 2020

Mentir por costumbre

La gente que miente, a mi juicio, profesa un profundo desprecio por aquel a quien le miente. No es sólo que no le importan las consecuencias lógicas de aquello que describieron con falsedad sino que no le importa la persona a la que le miente.

En la superficie, tiene miedo de la reacción del otro frente a la verdad: no quiere que le reclamen, no quiere que le rechacen, no quiere que el otro sufra. En realidad, esas actitudes no suponen la protección del otro sino una protección momentánea de su propia imagen. Es aquí donde viene lo crucial: esa protección es momentánea y arriesgada, porque las mentiras siempre se descubren.

Primero, pasa que a muchas mentiras se les notan las costuras y con los años y el conocimiento de la persona se detectan más fácilmente. Muchas personas detectan las mentiras y no se toman el trabajo de hacértelo saber. Segundo, pasa que otras situaciones o personas circundantes dejan al descubierto la mentira.


Tener cara no es algo común.

En ambos casos la decepción de a quien se ha mentido varía en función de la importancia que le  da a quien miente y en las consecuencias que ha traído tal mentira. Luego de la decepción y a veces de varias decepciones se pierde la confianza. Y nuestra sociedad está basada en acuerdos tácitos de confianza. Casi todas las acciones de nuestro día implican la confianza en principio en nuestro círculo más cercano pero también en todos los actores frecuentes o esporádicos de nuestra vida.

Es por ello que algo se rompe dentro de nosotros cuando vamos perdiendo confianza. Desde ese conductor que te dijo que te iba a avisar en el paradero y no lo hizo o que dijo que tomaba una ruta y no la cumplió hasta ese ser querido que te miente sobre temas delicados, todos, producen un sentimiento de incertidumbre.

No nos engañemos (que mentirnos también se nos da muy bien), todos hemos mentido, todos mentimos y seguramente todos lo haremos muchas veces más. Quizás se nos está pasando la mano de tanto mentir. ¿Vale realmente la pena mentir aunque causes dolor cuando llegue la verdad? ¿Es lo mismo un "llego en 10 minutos" falso que ocultar una bancarrota o un embarazo a tu familia?

Habría que pensarlo bien siempre antes de mentir o de ocultar verdades, sopesar consecuencias. Muchas veces un "no sé", por antipático que suene, es mejor a una fantasía que busque satisfacer una suerte de situación ideal. Ir armando una vida o una cara de una realidad que no es la personal es un riesgo que crece a medida que crecen las mentiras. Se pierde la confianza del entorno y luego el golpe de realidad siempre será más doloroso que haber afrontado la realidad desde el principio. Siempre.